LUIS CARLOS BRAVO
San Luis Río Colorado, Sonora. — Jaime Ortega Mejía no solo fue un bombero, fue un guía de generaciones y un hombre que vivió con el corazón encendido por el servicio a su comunidad.
Desde que se fundó el edificio del Heroico Cuerpo de Bomberos Voluntarios, él ya estaba ahí. Primero como mecánico, cuidando con esmero el mantenimiento de las unidades que entonces componían la flota, y luego como aspirante a bombero, subiendo peldaño a peldaño con humildad, entrega y valentía. Su historia dentro del cuerpo es también la historia del nacimiento y crecimiento de los bomberos en esta ciudad.
Fue bombero, cabo de investigaciones, sargento, teniente tercero, segundo y finalmente primer comandante. Cada rango alcanzado lo asumió con responsabilidad, pero nunca dejó de ser el mismo hombre dinámico, alegre y carismático, siempre dispuesto a enseñar y a servir. Conocido por su trato amable y su disposición inquebrantable, Jaime dirigió decenas de incendios, entrenó a decenas de elementos y sembró en cada uno el amor por esta vocación.
A nivel estatal era ampliamente reconocido. Supo tejer lazos con bomberos de distintas corporaciones de Sonora, Baja California e incluso de Estados Unidos. Siempre orgulloso de representar a San Luis y de compartir su experiencia allá donde fuera necesario.
Amaba la poesía. De hecho, entre sus compañeros aún se recuerda con cariño aquella que tituló “El bombero heroico”, una pieza que recitaba con emoción y que aún resuena entre quienes lo conocieron. También participó activamente en grupos culturales, como Los Bohemios, en los que expresaba ese lado sensible que lo hacía aún más cercano.
Sus hijas también dejaron huella en la corporación, apoyando desde diferentes frentes, y hoy su legado vive a través de uno de sus hijos, quien forma parte del cuerpo de bomberos. Jaime Ortega Mejía cumpliría 89 años este mes de mayo, y aunque ya no está físicamente, su historia y enseñanzas seguirán latiendo en cada sirena, en cada salida, en cada nuevo bombero que decida seguir sus pasos.
“Él fue nuestro maestro”, dicen sus compañeros. Y es que de la primera generación, él era el último que quedaba. Ahora, con respeto y profunda gratitud, la segunda generación —conformada por una decena de veteranos— y las nuevas camadas que han surgido, lo despiden como lo que fue: un fundador, un ejemplo, y sobre todo, un verdadero héroe.
Descansa en paz, Comandante Jaime Ortega Mejía. Tu fuego jamás se apagará.