Crónica de una candidatura caída

Luis Carlos Bravo / Opinión personal

La política, más que de discursos, se alimenta de números. Y los números en Cajeme no perdonan. Durante su informe, la presidenta Claudia Sheinbaum presumió la baja en homicidios a nivel nacional, pero a los tres días tuvo que contradecirse en un punto incómodo: Cajeme. Con un tono ligero, casi anecdótico, dijo: “Se subieron un poquito los homicidios en Cajeme”. La frase parece inocente, pero detrás de esas palabras está el peso de una de las ciudades más violentas del país.

Lo preocupante es quién aparece al frente de ese municipio: Javier Lamarque. Actual presidente municipal y uno de los nombres más mencionados para encabezar la candidatura a la gubernatura en 2027 por Sonora. Sin embargo, su realidad contrasta con la expectativa política. ¿Qué bandera puede levantar un alcalde con el récord de homicidios que carga sobre sus espaldas?

De acuerdo con el INEGI, publicado en junio de 2025, el 88% de los habitantes de Cajeme se sienten inseguros. Y los homicidios hablan solos: enero, 32; febrero, 26; marzo, 34; abril, 24; mayo, 29; junio, 43; julio, 33. Son cifras que hacen de Cajeme la quinta ciudad más violenta del país, solo por debajo de monstruos criminales como Culiacán, Sinaloa y Tapachula, Chiapas. No es un detalle menor, es la realidad cruda que cualquier ciudadano puede constatar día a día.

Como si lo anterior no fuera suficiente, el propio Lamarque compartió en sus redes sociales el extracto del video de la mañanera en el que la presidenta Claudia Sheinbaum reconoce el incremento de la inseguridad en Cajeme. El resultado fue inmediato, su publicación en Facebook se llenó de comentarios negativos, críticas que le recordaron que la responsabilidad de los homicidios y la percepción de inseguridad recae en su administración.

La presidenta Sheinbaum ha presumido avances en lugares históricamente peligrosos. El propio gobernador Alfonso Durazo, con todo y críticas, ha logrado contener números en municipios que eran caldo de cultivo para la violencia. Pero el municipio de Cajeme, en cambio, parece un territorio donde las estrategias rebotan, donde ni las cifras federales ni estatales encuentran eco en lo local.

El gran problema de Lamarque no es solo que los números lo exhiben, sino que cada cifra es una herida abierta en la narrativa de su posible campaña. ¿Cómo puede aspirar a gobernar un estado cuando en su municipio la gente vive encerrada por miedo? ¿Cómo convencer al electorado de que puede con Sonora entero, si no ha podido con Cajeme?

Y aquí vale una reflexión, la política también es percepción. Si los cajemenses no confían en la seguridad de sus calles, difícilmente confiarán en el mismo hombre para llevar las riendas del estado. Más aún cuando la opinión pública nacional ya lo coloca como el alcalde que dirige la ciudad más insegura de Sonora. La candidatura que parecía prometedora, cada día luce más frágil, más endeble, más difícil de sostener, ni ser allegado a la Presidenta, ni de los fundadores de Morena, le valdrían.

Porque las campañas pueden construirse con discursos, pero se derrumban con estadísticas. Y hoy, los números de Cajeme no solo derribarían cualquier aspiración: sepultarían de tajo una candidatura que parecía segura. Javier Lamarque tiene un reto monumental y un tiempo que se le agota. O logra revertir la historia en su municipio, o pasará a ser el protagonista de esta crónica: la crónica de una candidatura caída.

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